¿De qué te quejas?
De la queja al poder personal: transformar el lamento en acción consciente
Lic. Cristian D. Olivé
8/9/20254 min read


¿De qué te quejas?
La queja, manifestación humana tan recurrente en la consulta psicológica y en lo cotidiano de nuestras vidas. Sea de uno mismo, de familiares, amistades o aún proveniente de personas desconocidas a las que, si se les da la mínima oportunidad, no dudan en “vomitar” todas sus penas y miserias. ¿De qué se trata este fenómeno tan recurrente? ¿Tiene acaso alguna utilidad? ¿Qué se puede hacer al respecto para trascender estos estadíos en uno mismo/a o ayudar, de ser posible, a otros, a que los superen?
A los fines prácticos del abordaje de esta temática, considero podemos encontrarnos con 3 modos de expresión ligados a la queja:
- La queja automática, inconsciente, de descarga e inútil.
- La queja útil, operativa.
- La queja nula o prácticamente nula, que permite trabajar en la solución de una problemática.
Podemos pensar que la queja, en su sentido más puro e irracional, proviene de la infancia. Allí tendría cierto sentido, puesto que no se dispone del poder y libertad de la vida adulta, se depende de los padres o adultos, siendo esta dependencia extrema al momento de nacer. Desde luego, gradualmente se va adquiriendo libertad en varios aspectos de la vida, pero aun así, en edad adulta, personas se quejan como si de infantes se tratara.
Evidentemente, quien se halla en este estado no es consciente (o del todo consciente) de que tiene la capacidad de hacer algo al respecto, sobre todo, de cambiar sus pensamientos, lo cual le puede incluso llevar a modificar su situación o al menos a vivirla de otra manera. Esta queja, automática, irracional e infantil, poco le sirve en la vida adulta, quizás sí en la niñez, sobre todo en sus estadíos primarios, representándose esto paradigmáticamente en el acto de el/la bebé llorando, hasta que la madre le da la teta. Sin embargo, no es para desdeñar el papel que puede tener en algunas personas (cualquiera sea la edad) el quejarse, o mantenerse en una posición pasiva/victimizada ante la vida: obtener una ganancia o “beneficio secundario del síntoma”, tal como propone Freud, según el cual, la persona logra un rédito de alguna índole, sea económica/material o al menos captar la atención de quien cae en la trampa de sus lamentos. (Un ejemplo humorístico lo podemos ver en el sketch de Capusotto “el confort del idiota”)
¿Pero qué sucede si a un adulto se le “da la teta”, es decir, se intenta resolver sus problemas? Se seguirá quejando ad infinitum, no intentando nunca valerse por sí mismo, hallar sus propias respuestas, o aún hacerse las propias preguntas.
Diferente es el segundo caso de queja, la queja útil. Aquí no sólo estaría la manifestación del displacer, sino que, en esa expresión, la persona que la emite activa y conscientemente, se escucha a sí misma para ir hallando modos de proceder que le permitan superar una dificultad planteada. Es por ello que decidí llamarle “queja operativa” ya que tiene una finalidad; la de poner en palabras lo que le sucede, generarse preguntas y pensar alternativas a su malestar.
El tercer caso de queja, sería más bien el plantear una problemática con fines absolutamente pragmáticos. Otro elemento de la misma es que se puede prescindir de alguien que oiga tales enunciaciones, pues independientemente de quien escuche, el sujeto se permite a si mismo expresar lo que le acontece, para clarificar un asunto que requiere de su intervención activa, de su creatividad, de su capacidad adulta de discernir qué ha de hacerse para superar las dificultades. Tal consciencia a menudo puede llevar a la necesidad de tomar decisiones difíciles o incómodas, pero su necesariedad es evidente y se procede a pesar del displacer que pueda generar, ya que va en línea con el desarrollo evolutivo de quien toma las riendas de su vida.
¿Entonces qué podemos hacer frente a alguien que se estanca en el lamento, o si nos sucede a nosotros mismos? Confrontar o hacer confrontar con la propia responsabilidad. Con la capacidad única e inalienable de elegir, de hacer algo.
En relación a esto último podemos citar a Mark Manson, en su libro “El sutil arte de que te importe un carajo” cuando expresa el principio, inspirado por un antiguo docente suyo, de “haz algo”. Esto puede parecer insignificante al comienzo, pero si gradualmente se alimenta este modo de proceder, el mismo puede llevar a lugares lejanos, o al menos a morir intentándolo. Lo cual no es poca cosa si se la compara con la simple y fútil queja infanto-narcisista.
Este autor también expresa de modo invertido, los términos de la conocida frase del tío de Peter Parker en “el hombre araña”; “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”, y dice; “una gran responsabilidad, conlleva un gran poder”. Esta versión modificada o invertida de la famosa frase, también la deduce Jim Kwik, en su libro “Limitless” en el que relata el surgimiento de la misma al charlar justamente con el creador del hombre araña, Stan Lee.
Esto nos lleva a comprender que el único modo de tener realmente poder en nuestras vidas, es hacernos 100% responsables de la misma, tal como señala Brian Tracy en su seminario Fénix. Allí nos dice que, de hecho, somos obligatoriamente responsables de lo único que podemos controlar: nuestros pensamientos. Materia prima y origen de nuestro propio modo de transitar en este mundo, de cambiar lo que no nos gusta o de no poderse, hacer con ello lo que uno elija. A este respecto no podemos olvidar a Viktor Frankl, en su libro “el hombre en busca de sentido”, en el que nos relata su tortuosa experiencia como prisionero de los campos de concentración nazis, absolutamente privado de todo lo humanamente concebible, mas no, sin embargo, de lo único que uno puede osar poseer, controlar, elegir: nuestros pensamientos y actitud ante las circunstancias.